Julio de 2025. En América Latina, la necesidad de modernizar los sistemas de salud es
indiscutible. Las brechas sociales, la presión sobre los prestadores y las expectativas de los
usuarios generan un entorno donde la transformación tecnológica parece inevitable. Sin
embargo, avanzar sin una comprensión profunda del entorno puede llevar a resultados
insatisfactorios. Modernizar no es simplemente adquirir tecnología: es transformar la
manera en que pensamos y operamos los sistemas de salud.
Durante años, el discurso ha girado en torno a conceptos como interoperabilidad,
automatización, inteligencia artificial y omnicanalidad. Estas herramientas son valiosas, sin
duda, pero su efectividad depende del contexto en el que se implementan. La tecnología,
por sí sola, no soluciona los desafíos estructurales de nuestro sector. El verdadero valor se
alcanza cuando se alinea con los procesos, las personas y las necesidades reales de cada
institución.
Uno de los errores más frecuentes en los procesos de digitalización en salud es asumir que
implementar una nueva plataforma equivale a transformar. La realidad es más compleja.
¿De qué sirve contar con un sistema de última generación si el proceso para agendar una
cita sigue exigiendo trámites presenciales? ¿Qué valor tiene una solución de CRM si los
datos que alimentan las decisiones están fragmentados o distorsionados?
Modernizar implica rediseñar la experiencia de todos los actores del sistema: pacientes,
médicos, personal administrativo y directivo. Significa reconocer las particularidades del
entorno latinoamericano, donde no toda la población tiene acceso digital ni la misma
alfabetización tecnológica. En este contexto, la interoperabilidad no es un lujo, sino una
necesidad esencial para garantizar continuidad y calidad en la atención.
También es común observar adquisiciones de tecnología que, aunque avanzadas, carecen
de aplicación práctica en el día a día. He sido testigo de instituciones que invierten en
soluciones de analítica avanzada sin contar con los datos adecuados ni con equipos
preparados para utilizarlas. En estos casos, la frustración y el desperdicio de recursos son
inevitables.
La evidencia es clara. Estudios recientes, como los publicados por Deloitte, muestran que
las instituciones que priorizan la alineación entre tecnología, procesos y cultura
organizacional logran mejoras sostenidas en eficiencia, experiencia del usuario e
indicadores financieros. Sin embargo, esta alineación no ocurre por inercia. Requiere
planificación estratégica, gestión del cambio y, sobre todo, escucha activa a los usuarios
reales del sistema.
La gestión del cambio, en particular, ha sido uno de los componentes más debilitados en los
procesos de transformación. Lo que antes era un pilar transversal, hoy suele estar relegado
o diluido. Sin un acompañamiento adecuado a los equipos humanos, las herramientas
pierden eficacia, se generan resistencias y se subutilizan las inversiones.
Además, es necesario transformar la percepción de que la tecnología desplaza al talento
humano. Lejos de eso, su objetivo debe ser liberar capacidades. Cuando una enfermera o
un médico dejan de llenar formularios repetitivos para concentrarse en decisiones clínicas,
gana el sistema entero. Lo mismo ocurre con el personal administrativo que puede
enfocarse en tareas analíticas en lugar de tareas operativas.
La transformación digital en salud no puede ser un fin en sí mismo. Requiere propósito,
dirección y una comprensión honesta del punto de partida. Como decía un profesor que
marcó mi formación: en salud, lo más sensato es estar a la penúltima moda, no a la última.
Porque lo más nuevo no siempre es lo más probado, y cuando se falla en salud, el costo no
es solo económico: es humano.
Hoy más que nunca necesitamos socios estratégicos que acompañen a las instituciones
desde el entendimiento, no desde la moda. Que conozcan la realidad del terreno, que
conversen con usuarios reales y que diseñen soluciones a la medida. Cada sistema de
salud tiene su propia complejidad, y replicar modelos foráneos sin adaptación solo conduce
a frustraciones.
Modernizar sí. Pero con intención, con método y con humildad para escuchar. Solo así
lograremos que la tecnología no sea solo una promesa, sino una herramienta real de
transformación.
Porque la tecnología no reemplaza procesos bien pensados, diseñados e implementados.
Solo los potencia. La tecnología, en salud, no es un fin: es un medio para hacer que lo que
ya funciona, funcione aún mejor. Es la herramienta que nos permite ser exitosos cuando las
bases están claras y el propósito es compartido.
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