Bogotá, 2 de agosto de 2025. En una cultura dominada por lo visual y las redes sociales, la alimentación
ha dejado de ser solo una necesidad básica o una fuente de placer para convertirse en una extensión de
la identidad personal. El fenómeno conocido como foodcore refleja precisamente esa transformación.
Según Kelly Cuesta, profesora de Marketing en la Escuela Universitaria Real Madrid en la Universidad
Europea, “la comida ha pasado de ser solo nutrición a convertirse en marca personal, identidad visual y
contenido aspiracional”. Este fenómeno, impulsado por plataformas como TikTok e Instagram, convierte
platos cotidianos en símbolos de estatus digital que funcionan igual que una prenda de moda o un
accesorio de lujo.
Esta estética de lo comestible, explica Cuesta, no se basa tanto en el sabor o el valor nutricional, sino en
la capacidad de generar engagement. “Lo que comemos comunica tanto como lo que vestimos. Un
matcha latte o una tostada de aguacate pueden funcionar como objetos de deseo si están envueltos en
una narrativa visual atractiva”, afirma. La viralidad, más que lo apetecible o saludable, se ha convertido en
el criterio dominante a la hora de definir qué se considera “comer bien”.
Las implicaciones sociales de esta tendencia son profundas. La profesora advierte que esta lógica visual
impone nuevas formas de exclusión. “La alimentación se ha convertido en una expresión de clase. Lo que
vemos en redes muchas veces requiere tiempo, dinero o un estilo de vida que no es accesible para la
mayoría. El problema no es solo económico, sino también simbólico: muchas personas sienten que están
fuera del estilo de vida que ven constantemente idealizado en pantalla”, explica. En este contexto, lo
saludable, lo ecológico o lo bonito se convierte en privilegio y, con ello, surge una nueva forma de
desigualdad: la gentrificación estética de la comida.
Este proceso también implica un cambio cultural. “Platos de origen popular o migrante se reinterpretan
para adaptarse al estándar visual dominante, sin reconocimiento a sus raíces ni accesibilidad para sus
comunidades de origen. La gentrificación ya no solo expulsa personas de barrios, también expulsa
culturas de sus propias cocinas”, sostiene la experta. Esta transformación estética de los alimentos
invisibiliza tradiciones y saberes que no encajan en el lenguaje visual del algoritmo.
La presión por lo visual ha alcanzado también a los restaurantes, que ahora diseñan sus espacios y
menús pensando en el feed de Instagram. “Iluminación natural, platos monocromáticos, vajilla artesanal,
mensajes en neón… todo está pensado para generar contenido que se comparta”, explica. Aunque no ve
este cambio como algo negativo por sí mismo, Cuesta subraya que “la clave está en no perder de vista la
experiencia humana y el valor real del producto más allá de la foto”.
En cuanto al concepto de lujo, también se ha redefinido. Ya no se asocia únicamente a ingredientes caros
o elaboraciones complejas, sino a valores como la trazabilidad, la sostenibilidad o la autenticidad. “El lujo
alimentario ha evolucionado del exceso a la
experiencia. Hoy, una granja regenerativa o un plato sencillo con historia pueden representar más lujo
para la generación Z que una trufa blanca”, explica. De hecho, según datos de Deloitte, casi la mitad de
los jóvenes valora más el lujo emocional y accesible que el lujo clásico asociado al precio o la
exclusividad.
La relación entre jóvenes, alimentación y redes sociales preocupa especialmente a la experta, que
advierte del riesgo de interiorizar una visión estética del bienestar. “Comer bien ha pasado de significar
alimentarse de forma equilibrada a representar una especie de estatus visual. El problema es que esa
visión está condicionada por filtros, algoritmos y validación social, y puede terminar alterando la relación
saludable con la comida”, advierte. Esto puede generar presión emocional, ansiedad o incluso trastornos
alimentarios.
Frente a esta realidad, la profesora de la Universidad Europea defiende una comunicación más ética y
responsable, considera que “no se trata solo de viralizar lo bonito, sino de visibilizar lo justo. Esta
conversación no es solo sobre comida: es sobre clase, cultura, representación y acceso”. Para ella, el
verdadero reto está en que una alimentación ética, sostenible y accesible no sea solo una tendencia de
moda, sino un derecho universal.
Sobre la Universidad Europea
La Universidad Europea es una institución dinámica, orientada a aportar valor a su sociedad y a contribuir activamente a su progreso.
Fiel a su vocación innovadora, promueve una investigación aplicada y útil para la sociedad y sustenta su actividad en la potenciación del
individuo, con un modelo educativo internacional, conectado con el mundo profesional y de alta calidad académica. Esta filosofía la ha
convertido en la primera universidad privada de España por número de estudiantes. Actualmente son más de 30.000 los estudiantes de
Grado, Postgrado o Formación Profesional Superior que cada año se forman de manera presencial o semi presencial en alguno de sus
campus o en modalidad online.
En España, la institución cuenta con tres centros universitarios: Universidad Europea de Madrid, Universidad Europea de Valencia y
Universidad Europea de Canarias. Estos centros acogen cuatro Facultades y Escuelas de Grado, así como la Escuela de Postgrado de
la Universidad Europea y la Escuela Universitaria Real Madrid - Universidad Europea. Asimismo, cuenta con dos Centros Profesionales,
que imparte Ciclos Formativos de Grado Superior y comparte el mismo espacio universitario que las demás modalidades de enseñanza
superior en Madrid y Valencia. La Universidad Europea de Valencia ofrece un grado internacional en gestión turística y del ocio
impartido 100% en lengua inglesa.